Naciste en 1900 en La Molatera, San Martín del Rey
Aurelio, casualmente son los montes por los que he estado trabajado este último
año y no hay día que no te recuerde cuando estoy midiendo los caminos por estos
bosques.
De los chamizos de la Cuenca Minera emigraste a Cuba con dieciocho años, la leyenda familiar guarda alguna aventura de tu viaje en barco…Allí trabajaste en Cruces en una ferretería. Cuando regresaste muchos años después, trabajaste en Gijón, emprendiendo varias veces y en 1950 fundaste una ferretería con el mismo nombre que la de Cruces: “El Candado”. Lograste transmitir con entusiasmo tu profesión a la familia y varios miembros continuaron la tradición: tu mujer Carmina, mis padres Ángel y Mary, mi hermana Carmen y mi cuñado Ricardo, mis tíos y algún primo que colaboró por temporadas a la vez que estudiaba. Todos junto a Juanjo, el alma de la ferretería de principio a fin, para mi madre, el hijo que nunca tuvo, una persona de prudencia ejemplar, un apoyo incondicional, de una calidad tanto humana como profesional, excepcional: un “crack”. Y Marci, en los últimos años, dando, con su actitud impecable, un toque de gracia y salero. Toda una vida en un comercio familiar, plagada de anécdotas… Ahora la ferretería se cierra, después de sesenta y nueve años dando servicio a los clientes, ¡no ha estado mal!.
Tú y yo solo convivimos diez años, pero para mí fue toda una vida, mi primera vida, mi niñez. Nos hicimos grandes amigos, tú con setenta y siete años y yo con dos, estás en mi memoria más remota, la más lejana, pero siempre muy presente. Esa etapa de mi vida la recuerdo como si hubiese sido larguísima.
Tú ya no trabajabas en la “ferre”. Mis padres, trabajaban en ella de lunes a sábado y los domingos íbamos de monte. Aquellos tiempos fueron los que viví con Carmina y contigo, en una casa prefabricada, que había construido mi padre en Carreño. Cuando iba a verte al huerto, cruzar aquel terreno parecía una odisea. Tú me enseñaste a hacer cuentas con pizarra y tiza en mano. Me ayudabas con las cartillas y los cuadernos Rubio, fuiste mi primer maestro. Más tarde, nos fuimos a vivir a Gijón y tú me llevabas y me ibas a buscar a la guardería en la calle Mieres. En el kiosko del parque de la Plaza Europa cada día me comprabas unos cuantos caramelos de “ocalito” por un duro. Por las tardes iba contigo al Centro Asturiano de la Habana en el parque Begoña. Carmina se quedaba de cháchara con las amigas toda la tarde, yo prefería escaparme, colarme sin que me viera Jaime (el conserje) y subir a verte jugar al billar en aquella sala enorme, oscura, lúgubre, llena de mesas de juego y humo de vuestros Ducados…y allí me quedaba, ensimismada, mirándote. Los sábados eran muy festivos: Nos íbamos a dar una buena caminata, hasta la punta Liquerique, yo siempre quería pasar por la Plaza del Lavaderu, porque había una jaula con un loro y me empeñaba en ir a ver si hablaba. Nos íbamos a comer el menú, tú y yo, mano a mano, al “Auseva” porque siempre había canelones y sabías lo mucho que me gustaban, ¡hasta me dejabas parte de los tuyos!.
La ferretería siempre fue el lugar de encuentro, el punto de referencia:
Vivíamos al lado, cogía al autobús muy cerca para ir al colegio, aún me llega el aroma de los bollos que merendaba en la Confitería La Suiza, o los pinchos de ensaladilla en la cafetería Villagrás, siempre con alguna broma de Feliciano o Carmelo (al que por suerte sigo viendo en El Soho). Juanjo me acercaba a clase de dibujo con Rosa y Alejandro Mieres, en la calle Pedro Duro y yo echaba a correr para hacerle de rabiar, hasta que un día caí de cabeza a un gran charco, por lista. Jugaba en la calle con Beatriz (del Estanco) y María Rosa, amiga del “cole” y entraba a la mercería Georgina a ver si Emma me dejaba pasear a sus hijos Delia y Diego. Subía al entresuelo de peinados Nicol cuando tocaba cortar el pelo y Josefina siempre colocaba un cojín en la butaca para poder lavarme la cabeza. Es imposible olvidarse de Benito, el cerrajero dicharachero…su imagen, en la puerta de la tienda, con su traje y su bicicleta con los portabultos llenos de herramientas y cacharros, nunca se borrará de la mente. Y “Luisón”, aquél “lobo de mar” tan peculiar, que se apalancaba cada día junto al mostrador, a echar allí el rato…Me encantaba subir y trastear por el almacén de la “ferre” y ver la cabalgata de Reyes desde las ventanas del altillo. Recuerdo ver a mi padre cómo entraba, cogía carrerilla y saltada el mostrador de un brinco. Y también a mi madre, desencajada, sentada arriba en la oficina, el día que me contó la triste noticia sobre la salud de mi hermana. Y tantas otras cosas allí vividas…
Tú te fuiste de repente, “de golpe y porrazo”, el 24 de mayo de 1985, día que yo cumplía diez años, habíamos estado juntos disfrutando de esa tarde... Fue el primer gran drama de mi vida, lo recuerdo como si fuese ayer.
Esta coincidencia del destino, quizá hizo que me gustara forzar fechas tristes con alegres, por eso Miguel y yo nos casamos un cabo de año de la muerte de mi padre y por eso el pasado martes 9 de abril, cabo de año de la muerte de mi hermana y cumpleaños de Marci, se hizo una pequeña celebración en la “ferre”, para despedirnos de esta gran etapa con alegría y agradecer la confianza depositada por los clientes y amigos.
Tú te fuiste pero estás, como todas esas personas que han dejado huella y al recordarlas, permanecen.
Siempre serás para mí, el ejemplo de la bondad.
Gracias “güelito Milio”.
Itziar.